miércoles, 9 de enero de 2008

El Teléfono móvil vibró sobre la mesita y su pantalla se puso colorada. Iván estiró la mano y lo cogió. A su lado, Teresa se removió un poco, dijo algo que no se entendía y regresó al sueño. ¿Quién podía mandarle un mensaje de madrugada? Publicidad, seguro. O Lucas en plena borrachera. Sin saber por qué lo hacía, se levantó y salió del dormitorio con el aparato en la mano. Se sintió fugitivo. Culpable también. La extrañeza de una intuición audaz.
Se sentó en el sofá del salón tras apartar el camisón que Teresa se había quitado en mitad de la película en un arrebato de pasión mientras veían "El cartero siempre llama dos veces". Claro, la escena de la cocina. Harina, manos, susurros y frotamientos sobre la mesa. Nunca la veían completa por la dichosa escena. A él le pasaba lo mismo con "Nueve semanas y media" y el striptease de Kim Basinger. La primera vez que la vio fue con Rosana en un cine que olía a ozonopino y deseos subterráneos.
Rosana firmaba el mensaje del móvil y él lo sabía aunque no lo supiera. "Te necesito". Lacónica y precisa. Cuando le dejó por otro, le dijo: "Me voy". Tajante y preciosa. Y ahora volvía y le revolvía. No era mujer de ruegos y juegos. Tal vez había roto con el tipo que se la llevó o tal vez pretendía jugar con dos barajas. Iván miró la puerta del dormitorio. Teresa también había dejado a alguien por irse con él. El amor móvil que inmoviliza sentimientos.
Iván escribió: "¿Dónde estás?". Y dio la espalda al camisón que guardaba el calor de una ausencia.

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