miércoles, 23 de enero de 2008

Lucas elige cada año un disfraz peliculero para carnavales y esta vez toca «Feliz Navidad, Mr. Lawrence». De militar japonés con tendencia a maltratar a los presos. Podría haber elegido el uniforme inglés de David Bowie pero está un poco cansado de ir de víctima en la vida cotidiana como para ampliarlo a la juerga. Ha decidido que esta noche no habrá límites de tiempo ni paréntesis en el abrevadero. Siempre ha sentido una extraña fascinación por los campos de concentración y al entrar en el local donde comienza la andadura se pregunta, ahora que aún conserva la lucidez casi intacta, si estos espacios cerrados donde los cuerpos se amontonan por voluntad propia en un barracón de luces histéricas y un estruendo torturador no tienen algo de campo de exterminio con drogas de todo tipo y rendición. Pero no ha venido aquí a plantearse preguntas radicales. Se ajusta la gorra, se recoloca el sable de plástico y cruza el suelo sobre ascuas de neón rodeado de osos, mariposas, piratas, forajidos, hormigas, cacerolas, móviles, ballenas, bailarinas, castillos, luciérnagas, elefantes, ninjas, dráculas, conejos y misiles. La barra es su objetivo y para ver la cara de una de las gatas que sirven copas tiene que abrirse paso entre un lobezno y una rata con aliento de alcantarilla. Pide a gritos un gin tonic y al darse la vuelta el cañón de una metralleta le apunta a la cabeza. Siempre te gustaron los perdedores, le dice Teresa al otro lado. Lucas aparta el arma y sonríe. No tanto como a ti, responde. ¿Eso que se clava contra mi pierna es tu espada o que te alegras de verme?, pregunta Teresa. Viste de gangster de Chicago, traje y sombrero negros y bigotito pintado. Cuánto tiempo, dice tras apartar la empuñadura que él le ofrece. Varias guerras después, acota él. ¿Has dicho guarras?, pregunta ella. Él pasa por alto el balazo: ¿Vienes sola? No, dice ella, venía con Robin Hood pero se pasó de garrafón. ¿Ahora te van los bandidos generosos?, pregunta él. Sí, dice ella, me cansé de invasores. Lucas no tiene fuerzas ni munición para más guerras. Vuelve con los ladrones, aconseja, aquí no hay botín. Ella acerca la punta de la lengua al bigotito y vuelve a coger su empuñadura. Esta noche prefiero ser mala, anuncia.













primera actualización,
por finn!
jaja!
pasaros ^^
un besín!

miércoles, 9 de enero de 2008

El Teléfono móvil vibró sobre la mesita y su pantalla se puso colorada. Iván estiró la mano y lo cogió. A su lado, Teresa se removió un poco, dijo algo que no se entendía y regresó al sueño. ¿Quién podía mandarle un mensaje de madrugada? Publicidad, seguro. O Lucas en plena borrachera. Sin saber por qué lo hacía, se levantó y salió del dormitorio con el aparato en la mano. Se sintió fugitivo. Culpable también. La extrañeza de una intuición audaz.
Se sentó en el sofá del salón tras apartar el camisón que Teresa se había quitado en mitad de la película en un arrebato de pasión mientras veían "El cartero siempre llama dos veces". Claro, la escena de la cocina. Harina, manos, susurros y frotamientos sobre la mesa. Nunca la veían completa por la dichosa escena. A él le pasaba lo mismo con "Nueve semanas y media" y el striptease de Kim Basinger. La primera vez que la vio fue con Rosana en un cine que olía a ozonopino y deseos subterráneos.
Rosana firmaba el mensaje del móvil y él lo sabía aunque no lo supiera. "Te necesito". Lacónica y precisa. Cuando le dejó por otro, le dijo: "Me voy". Tajante y preciosa. Y ahora volvía y le revolvía. No era mujer de ruegos y juegos. Tal vez había roto con el tipo que se la llevó o tal vez pretendía jugar con dos barajas. Iván miró la puerta del dormitorio. Teresa también había dejado a alguien por irse con él. El amor móvil que inmoviliza sentimientos.
Iván escribió: "¿Dónde estás?". Y dio la espalda al camisón que guardaba el calor de una ausencia.